Las primeras representaciones conocidas del xoloitzcuintle son las vasijas de uso funerario llamadas “perros de Colima”, figuras de barro cocido, color naranja-rojizo, encontradas en las tumbas de tiro del Occidente de México, cuya carga simbólica está asociada al paso del hombre al inframundo, en alegoría del viaje realizado por el Dios Quetzalcóatl en búsqueda de los huesos de los gigantes para crear al nuevo hombre. Las marcadas arrugas, la visibilidad de la columna vertebral en dichas piezas, han sido algunas de las características tomadas en cuenta para identificarlas con estos perros mesoamericanos.
Quetzalcóatl en su camino al reino de Mictlantecuhtli se transforma en el dios Xólotl para realizar la hazaña y salir airoso de la misma. Xólotl, el dios perro, es el que, según la mitología nahua, se encarga de alimentar a los hombres recién creados. Además es el Dios representante de la fertilidad, de la buena suerte y también día calendárico de buena fortuna para los recién nacidos.
Un probable perro pelón es el que aparece en el Códice Madrid formando parte de una ceremonia que en la época colonial fuera descrita por fray Diego de Landa para lo que actualmente es la zona maya de Yucatán. Así mismo en el Códice Florentino (de los informantes de Sahagún), tenemos la ilustración de un perro xoloitzcuintle.
Poco después es elaborada la obra de Francisco Hernández (s. XVI): Historia Natural de la Nueva España, en cuyas ilustraciones aparece un xoloitzcuintle acompañado de otros tipos de perros. Posteriormente se produce un largo lapso de tiempo sin alguna representación. Hasta que esta misma imagen es tomada por Francisco Javier Clavijero (s. XVIII) para su Historia de Antigua de México, en cuyo prólogo deja asentado lo siguiente: “Las figuras de las flores y animales son en la mayor parte copia de las de Hernández”.
Es durante la segunda mitad del siglo XIX cuando el xoloitzcuintle reaparece formando parte de una caricatura política relativa al Plan de Tuxtepec, de la autoría del grabador José Guadalupe Posada, en la que se ve un ataúd custodiado por cuatro famélicos xoloitzcuintles y, en la primera mitad del siglo XX, con un linóleo (1944) de Gabriel Fernández Ledezma, correspondiente al periodo nacionalista de nuestro país, donde se observa la figura del can frente a una casa tipo rural, ornamentada con plantas como el nopalillo, un plato y un hueso.
En cuanto a la pintura mural, es Diego Rivera el encargado de inmortalizarlo en Palacio Nacional[8] y la Secretaría de Educación Pública, así como en el desaparecido Hotel del Prado. Más tarde Juan O’Gorman haría lo propio en una de las paredes del Castillo de Chapultepec con el mural llamado La Independencia Nacional (1961).
En la pintura de caballete tenemos, de manera sobresaliente, la realizada por Frida Kahlo. Para la segunda parte del siglo XX, Raúl Anguiano y los oaxaqueños Rufino Tamayo y Francisco Toledo lo toman como un elemento cultural importante en sus pinturas. Anguiano realizando obras inspiradas en su xoloitzcuintle Tajín; Toledo con su muy particular forma de convertir a los animales en objetos eróticos – entre ellos al xolo - y Tamayo con una serie de perros, algunos de los cuales recuerdan, por sus características, al xoloitzcuintle.
También a lo largo del siglo XX encontramos los nombres de varios fotógrafos que, al retratar a artista e intelectuales de la época, han ayudado a preservar la imagen del perro mexicano, entre los que destacan Lola Álvarez Bravo, Gisèle Freund, Guillermo Zamora, Héctor García, Mariana Yampolsky y Graciela Iturbide y muy recientemente, gracias a las fotos encontradas en la Casa Azul de Coyoacán, podemos incluir a la propia Frida Kahlo.
Entre la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI un conjunto, cada vez más grande, de artistas plásticos han ocupado al xoloitzcuintle como centro de creación. En la escultura encontramos muy buenos realizadores, uno de los más conocidos es Federico Canessi, cuya obra dedicada al xoloitzcuintle se puede admirar en el Museo Dolores Olmedo Patiño, en La Noria, Xochimilco, D.F. Así mismo, el escultor Sergio Peraza ha creado toda una serie piezas inspiradas en el xolo usando diferentes materiales, además de realizar varios dibujos y ser poseedor, y difusor de la raza xoloitzcuintle; Carol Miller, artista norteamericana, quien ha dedicado algunas de sus piezas a estos canes. Y claro, los xolos fantásticos de Andrés Medina donde las imágenes estilizadas del perro mexicano se hacen presentes para la admiración de propios y extraños.
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