En el vasto paisaje de la arqueología mesoamericana, una figura intrigante emerge de las sombras del pasado: el Xoloitzcuintle pelón. Descubierto por primera vez en 1994 como parte del proyecto arqueológico Tula 80-82, este antiguo canino ha desencadenado descubrimientos que revelan su presencia en diversas regiones y su papel en la compleja red de interacciones humanas a lo largo de los siglos.
Aunque solo se han identificado diecisiete ejemplares en total, los Xoloitzcuintles pelones destacan por su presencia limitada en cantidad, pero no en distribución espacial y temporal. Desde el occidente de México hasta Honduras, su lista reconocida abarca aproximadamente once siglos de historia mesoamericana.
Lo que hace especial a este perro es ser el único mesoamericano no común que ha dejado rastros arqueológicos fuera de su región de origen. Esto nos permite trazar flujos migratorios y rutas comerciales, revelando intercambios de animales entre Mesoamérica y otras partes del mundo.
Aunque existieron Xoloitzcuintles con pelo, nuestro conocimiento se limita a la variedad pelona. La dentición, representaciones iconográficas y narraciones son claves para distinguirlos. Aunque existieron peludos, su identificación se vuelve imposible al presentar una dentición idéntica a la de los perros comunes mesoamericanos, conocidos como "itzcuintli".
Los restos arqueológicos de los Xoloitzcuintles nos transportan a diferentes momentos y lugares, revelando la profunda conexión entre estos caninos y las comunidades que los acogieron. En Guadalupe, fueron utilizados como alimento. En Tula, fueron colocados junto a personas, posiblemente como compañeros en su viaje al Mictlán.
En Teotihuacan, la ausencia de evidencia de perros pelones contrasta con restos asociados a rituales entre los siglos VIII y XVI, señalando la persistencia de esta relación después de la caída de la ciudad. En Copán, Honduras, la élite maya probablemente utilizó Xoloitzcuintles con fines rituales, mientras que en Champotón, en Campeche, un xoloitzcuintle fue encontrado entre restos animales, sugiriendo su asociación con la vida cotidiana.
En Zultepec en 1520, los restos quemados de un Xoloitzcuintle pelón se descubrieron en una plaza, reflejando un episodio trágico durante la conquista española, subrayando la complejidad de la relación entre humanos y animales en momentos de cambio cultural y social.
A medida que exploramos estos vestigios arqueológicos, los Xoloitzcuintles pelones se revelan como guardianes silenciosos de una época pasada, testigos de una profunda conexión entre humanos y animales en la rica historia mesoamericana. Cada hueso cuenta una historia única, una historia en la que estos caninos desempeñaron un papel crucial, dejando su huella en el tejido cultural de Mesoamérica.
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